Es en 1848 cuando “El Manifiesto Comunista” aparece por primera vez como panfleto político en Londres. En él, Marx y Engels exponen y promulgan su doctrina revolucionaria, y en el cual, a lo largo de sus cuatro capítulos, se aplica un discurso científico y argumentativo para movilizar a las masas. Sus principios se verán apoyados por los términos que serán el núcleo de todas sus ideas: lucha de clases, sistema de producción y materialismo histórico.
Pero antes de entrar a desarrollar la interpretación de este Manifiesto, cabe detenerse en sus autores, personajes sumamente influyentes en la historia. Karl Marx, filósofo alemán, creía férreamente en el socialismo como consecuencia necesaria de la historia y, por lo tanto, en su advenimiento, más tarde o más temprano. A parte del “Manifiesto Comunista”, Marx escribió junto a Engels ¨La ideología alemana¨ en 1848 y, más tarde, en la época que vivió en Londres, la ¨Contribución a la crítica de la economía política¨.
Engels, compatriota de Marx, será también un actor clave en los movimientos obreros y en la I y II Internacional. Periodista, y temprano revolucionario, entrará en contacto con
Marx, atraído por su liderazgo y su carisma. En el mismo año de publicación del Manifiesto, Marx y Engels, juntos, se unirían en las barricadas de Alemania.
“¡Proletarios de todos los países, uníos!” Basta leer esta sentencia final del Manifiesto, para entender su intención. Alentado por los años en los que las nuevas formas de producción han determinado las nuevas clases sociales. Así como la historia nos ha mostrado la permanencia de la clase opresora y la clase oprimida, Marx y Engels nos exponen las pautas para extinguir la explotación de la clase dominada del siglo XIX. Si antes los liberales habían reivindicado la abolición de los regímenes absolutistas, y más tarde la nueva burguesía se había levantado en contra de las élites arcaicas (sin derogar los antagonismos de clase), había llegado la hora de determinar quién era el enemigo: la nueva burguesía capitalista. Había llegado el momento de gritar a todas las conciencias que la revolución era necesaria.
El nacimiento del proletariado y la nueva burguesía había sido consecuencia de las modernas formas de producción. Pero, entre estas nuevas clases sociales había una importante diferencia: la burguesía poseía los medios de producción, mientras que el proletariado solo su fuerza de trabajo. El obrero pasaba un número indecente de horas trabajando, a cambio de un salario. Un salario que solo le permitiría subsistir, para seguir trabajando, y que, en muchos casos, no le permitía si quiera consumir ese bien que estaba produciendo para el burgués. Por el contrario, éste último, se beneficiaba del sistema para monopolizar el capital, y se aprovechaba de la fuerza de trabajo del proletario, entendiéndolo como una mercancía más, sujeto al pujante comercio libre.
En el primer capítulo, el discurso se centra en focalizar el movimiento, situarlo en la historia, y definir los principios que dirigen el sistema económico burgués: “el capitalismo enterró la dignidad personal bajo el dinero, y redujo todas aquellas innúmeras libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar”. De ahí la necesidad del cambio, de la revolución, para acabar con la cosificación que sufre la clase obrera. Porque “la burguesía es incapaz de gobernar, hasta tal punto que se ha hecho incompatible con la sociedad”.
En el capítulo titulado “Proletarios y comunistas”, nos detalla los objetivos del levantamiento obrero, siendo tres los fundamentales: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el régimen de la burguesía y llevar al proletariado a la conquista del poder. Por ello, no es el final último del comunismo acabar con la propiedad como la entendemos ahora, sino liquidar la estructura que sustenta la burguesía. Es en las siguientes líneas donde se tumban los tópicos acerca de los comunistas, defendiendo claramente su posición, teniendo conciencia de su estrato. Se trata de agitar las conciencias, como anteriormente habíamos dicho, de todo un colectivo.
No son verdades absolutas las que impone la clase opresora, la clase burguesa sólo vela por sus intereses, no por los de toda la sociedad. La educación, la política, los ideales, están adaptados al éxito del sistema imperante. Por esta razón el proletariado debe ascender, y hacer de su clase el Estado. Arrebatar el capital y los medios de producción para centralizarlos. De este modo, las medidas vienen a defender, en aspectos generales, la socialización de los instrumentos de producción, ya que consideran que el capital no es un bien privado, sino público. Una vez en el poder, el proletariado tiene el deber y la responsabilidad de eliminar el Estado, diluir la diferencia de clases, y acabar con la histórica rivalidad entre clases oprimidas y opresoras. Porque “en la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras”.
Los autores, pues, dejan marcadas las líneas de trabajo del comunismo: educación pública y gratuita de todos los niños, centralización del crédito, impuesto progresivo, y la proclamación del deber general de trabajar (indispensable conociendo el fracaso del experimento de Owen en New Harmony), entre otras. Es así como acaba el capítulo que pretende esclarecer las sombras engendradas sobre el socialismo.
El siguiente apartado viene a distinguir socialismo reaccionario, socialismo alemán o ‘verdadero‘, el socialismo burgués y el socialismo crítico-utópico. El primero lo entendían como ese fingido socialismo en el que la marginada aristocracia o pequeña burguesía se apoyaba, para combatir la injusticia que no le permitía integrarse en el grupo dominante. Esa parte de la población no poderosa, pero acomodada, veía en la defensa de los derechos de los proletarios la oportunidad de defender sus intereses particulares. Parecido es el socialismo burgués: éste, consciente del sufrimiento de la clase obrera, se muestra comprometido con la causa proletaria, y amaga unas reformas que finalmente desembocan en el mantenimiento del sistema. Por el contrario, el crítico-utópico representa la esencia, la lucha entre las clases. He aquí el germen del movimiento, aun cuando la clase que ha de encabezar la revolución no ha alcanzado el nivel de organización y madurez necesaria. Asimismo, quedan latentes las esperanzas de cambio en el orden social, imaginando esa idílica sociedad comunista del futuro.
Sin embargo, y tras todo lo mencionado anteriormente, son las últimas páginas del manifiesto las que pretenden levantar la moral de la clase trabajadora, llamando a su unión y a su lucha. Deben, los comunistas, aliarse con los demás partidos que en su ámbito territorial e histórico se anuncien revolucionarios, para llegar al poder y dejar lugar a la verdadera democracia, que es el socialismo. Marx y Engels finalizan así el manifiesto que será publicado en varios idiomas, y que calará en las conciencias de gran parte de la sociedad del continente europeo.
No podemos acabar este escrito sin abordar los antecedentes de las ideas presentes en el Manifiesto, así como las trascendentes consecuencias que condicionarían la historia contemporánea desde 1848.
Con el resultado de la Revolución Industrial, el apogeo del libre comercio, y el crecimiento de la producción manufacturada frente a los productos agrícolas, la producción doméstica y la estructura gremial se vieron sin fuerzas para encarar la nueva era de las fábricas. Allí donde se encuentran los que tuvieron que emigrar del campo para buscar la prosperidad en las ciudades, se agrupa el proletariado. Se agrupa bajo el mismo techo que las máquinas, que han determinado las formas de trabajar y producir. Se sienten cosificados dentro de una división del trabajo, que no les permite tener
iniciativa ni personalidad. Recibiendo un salario mísero, no tienen nada que perder.
Por otro lado, en la Indiana (EE.UU) de 1825, empresario Robert Owen llevaría a cabo un experimento que servirá, posiblemente, de inspiración para Karl Marx. Pese a que terminó fracasando, Owen intentó crear una sociedad apartada, igualitaria y comunitaria a la cual ya se la concibió como socialista. Sin embargo, la falta de incentivos de sus habitantes, llevó a la pasividad productiva y laboral de éstos, lo que supuso el cese del proyecto.
Una de las experiencias históricas más relevantes tras la publicación del Manifiesto fue la I Internacional Obrera, fundada en 1864 en Londres, siendo Marx el autor de sus estatutos. Pronto este impulso revolucionario se vio reprimido, debido a las divergencias internas y la Comuna de París no pudo evitar acabar en fracaso. Sin embargo, su disolución no significó la muerte del movimiento obrero, ni mucho menos. Así, en 1889 se funda la II Internacional, no exenta de disparidades, pero con cierta consolidación. Se reivindicaron en ella mejoras sociales y la jornada laboral de ocho horas y, a raíz de esta corriente, aparecieron partidos políticos obreros nacionales, que con el tiempo, se
fueron convirtiendo en partidos de masas.
Más tarde, tras la muerte de Engels en 1895, las ideas de Marx se dividieron en dos tendencias, y Lenin sería el representante del ala más radical. Encabezó la primera revolución socialista con éxito, llegando a formar el primer gobierno bolchevique de Rusia. Pero con él, el sentido del socialismo de diluyó. Se formó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, donde el ideal de la sociedad comunista pasará a convertirse en una dictadura, dirigida por Stalin, el ¨hombre de acero¨.
Es evidente que las circunstancias y el nivel de progreso de cada área atraída por las ideas marxistas han sido determinantes para su desarrollo. Asimismo, la voracidad y las dimensiones del capitalismo, han llevado a la creación sistemas perversos y totalitarios en la búsqueda por derrotarlo o plantear una alternativa más justa, como hicieran Marx y Engels. Sea como fuere, el “Manifiesto Comunista” y su influencia en las masas e individuos contemporáneos, marcaron todo el desarrollo del siglo dividiendo el planeta en dos modelos socio-económicos.
Bibliografía:
MARX, K y ENGELS, F. ¨Burgueses y proletarios¨. En: El manifiesto Comunista. Cuarta
edición. Ed: Ayuso, p. (26-28)
GARRIDO GONZÁLEZ, A, GÓMEZ CUTILLAS, J.L. ¨La sociedad industrial y el movimiento
obrero¨. En: Historia del Mundo Contemporáneo. Ed: Edebé, Barcelona, 2008. ISBN: 978
84-236-8983-5.
VILLARES, R, BAHAMONDE, A. ¨Ricos y pobres: movilidad social y acciones colectivas¨.
En: El mundo contemporáneo. Del siglo XIX al XXI. Novena edición. Ed: Taurus, 2015.
ISBN: 978-84-306-0074-8.
Socialismo, el paraíso terrenal [en línea]. Canal Historia. [Consulta: 15/02/2016].
Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=X9iHuVO8ZhE
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